jueves, 18 de febrero de 2010

Beatificación del Padre HOYOS.

El próximo 18 de Abril tendrá lugar la ceremonia de Beatificación del Padre Hoyos.
El acto se celebrará en el paseo central del Campo Grande de Valladolid y asistirán multitud de autoridades eclesiásticas.
Se televisará para toda España por TV2 y además tendrá cobertura por Televisión de Castilla y León a partir de las 10:30 de la mañana.
El Padre hoyos está vinculado a nuestro pueblo por haber cursado sus estudios en la Colegiata antes de trasladarse a continuar su formación en Teología en Valladolid.
Su Beatificación está ligada al reconocimiento que hace el Papa Benedicto XVI sobre la curación instantánea de Doña Mercedes Cabezas, allá por el año 1936 por intercesión del Padre Hoyos.

Transcribo varios textos encontrados en la red, por si quereis "empaparos" un poco más sobre EL PRIMER CORAZONISTA, me atrevería a decir, del mundo:
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Bernardo de Hoyos, novicio en Villagarcía: hablamos de los diversos jesuitas con los que trató aquel muchacho de quince años, que iniciaba su noviciado: el P. Eguiluz, su maestro; el P. Juan de Loyola, que será luego su Director espiritual, y otros más de que ya hablamos.
El ambiente que vivió Bernardo en el Noviciado. Reinaba un ambiente de auténtico fervor. Lo sabemos por el testimonio de dos Padres Provinciales que, al hacer la visita del mismo, se expresan así: "No podré bastante explicar el consuelo que me ha causado ver este santo Noviciado...en aquel rigor de observancia que se ha merecido la veneración de toda la provincia y aun de otras de España y de los Reinos de la misma Nación" (P. Diego Ventura, en 1727). Lo mismo opina al año siguiente el nuevo Padre Provincial, Juan de Villafañe.
Al entrar en el noviciado se le decía a cada novicio lo que, en definitiva, se esperaba de él. El listón estaba muy alto. "El fin de un novicio jesuita es formarse perfecta imagen de Jesús, copiando en su alma la perfección de las acciones y virtudes de esta divina imagen del Padre... Al tiempo de ejecutar cualquier acción, verá brevemente cómo la ejecutaría Jesús y se alentará a imitarlo cuanto con su divina gracia le fuere posible"
Enseguida el nuevo novicio se ponía a copiar unos Apuntes que transcurrían por el noviciado y donde se iba explicando el modo de hacer cada acción con la mayor perfección. Estos Apuntes eran personales y el novicio podía acrecentarlos con su propia experiencia. Treinta años después (1758) de haber terminado Hoyos su noviciado, serían publicados en la imprenta de Villagarcía por el Padre Francisco Javier Idiáquez, rector y maestro de novicios por aquel entonces, con el nombre de Prácticas de Villagarcía.
Conocemos por ellos la distribución que tenían los novicios: "De las cuatro a la media: levantarse y prepararse para la oración. De la media a las cinco y media: oración. De las cinco y media a seis: componer el aposento. De seis a la media: oir Misa. De seis y media a siete: rezar Prima, Tercia, Sexta y Nona. De siete a la media: plática o conferencias espirituales. De siete y media a nueve: oficio manual. De nueve al cuarto: decorar. Del cuarto a las diez: oficios. De las diez al cuarto: examen. Del cuarto a la media: letanía. De diez y media a una: comer, quiete y descansar. De una a la media: Rosario. De la media al cuarto: barrer. Del tercero a dos y cuarto: lección de coro. Del cuarto al tercero: rezar Vísperas y Completas. Del tercero a cuatro y cuarto: oficio manual. De cuatro y cuarto al tercero: lección espiritual. Del tercero a cinco y cuarto: oración. De cinco y cuarto a las seis: rezar Maitines y Laudes. De las seis al tercero: oficios. Del tercero a las siete: ejercicio. De las siete a las nueve: cenar, quiete, examen y acostarse".
Como se ve, era una distribución muy densa y donde no había tiempo para aburrirse. Se formaba al novicio para que estuviese muy atento a lo que hacía en cada momento, pero a la vez dispuesto para dejarlo con prontitud cuando se le pedía otra cosa.
En el primer año de noviciado se hacían algunas pruebas, instituidas por San Ignacio, como eran: el mes de Ejercicios espirituales, dar catecismo, hacer servicios humildes como fregar, barrer... Otras pruebas, como la de peregrinar sin dineros y la de servir en los hospitales, se solían hacer en el segundo año de noviciado.
Para dar el catecismo salían los novicios por los pueblos cercanos y –según comenta un documento de aquella época- "ante los ojos de los campesinos, como ellos mismos afirman, producen más efecto que su doctrina, el ejemplo de estos tiernos predicadores de la divina palabra, la modestia de sus ojos, la circunspección de sus acciones, su ardiente amor a Dios, reflejado en sus breves discursos y el olor de santidad que esparcen en tono suyo".
Respecto al contacto con los pobres, no sólo se daba de comer a algunos que acudían a la portería del noviciado, sino que de vez en cuando los novicios comían con ellos. Así lo cuenta el P. Idiáquez: "Cada novicio de los que van a comer, se sienta al madero con un pobre; danle una ración de pan como al pobre mismo y los dos comen en una misma cazuela. Si, en acabándose la cazuela, quiere más el pobre, continuar comiendo con él hasta que el pobre no quiera más".
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En la festividad de San Francisco Javier, del año 1726 cuando Bernardo tuvo su primera gracia mística, que inauguraría un itinerario espiritual cada vez más profundo hasta llegar cuatro años más tarde a la cumbre de la unión con Dios (lo que Santa Teresa designa con el nombre de las séptimas moradas).
Viendo que aquel novicio de quince años era conducido por el Señor de un modo extraordinario se apresuró el P. Juan de Loyola, su Director espiritual, a ponerle en relación con otro jesuita, algunos años mayor que él, llamado Agustín de Cardaveraz, a quien llevaba el Señor por el mismo camino.
Así es como Bernardo escribe por el mes de enero a Agustín, que estudiaba entonces la filosofía en Palencia, y al poco tiempo recibe la contestación. En una carta, fechada el 6 de febrero de 1727, le contesta Agustín . En ella le recomienda la entrega continua de su corazón a Dios, que avive el deseo de buscar en todo el mayor agrado del Señor, y le exhorta de manera especial a una tierna devoción para con la Eucaristía, "que es el sustento perpetuo del alma".
No le cogía de nuevas semejante exhortación, ya que desde que fue colegial tanto en Medina del Campo como en Villagarcía, sabemos que Bernardo se preparaba concienzudamente antes de llegarse a comulgar. Tenía por costumbre –nos dice su biógrafo- confesarse de víspera y dedicar algún rato más a la oración, a fin de poder unirse más estrechamente con el Señor, que llegaba a él en forma de pan. Pero hay algo más bonito en esta preparación eucarística que acostumbraba a hacer Bernardo y es que era consciente de que el pan de la Eucaristía lleva de por sí al amor del prójimo. Por ello "daba alguna limosna a los pobres, del dinerillo que le enviaban de casa para sus gastos particulares; o, no alcanzándole, iba a visitar a algún enfermo o consolar a algún afligido según la ley de la caridad".
En esta línea escribía Juan Pablo II en su último documento eucarístico, la Carta apostólica Mane nobiscum: "La Iglesia congregada alrededor de los Apóstoles es capaz de compartir no sólo los bienes espirituales, sino también los bienes materiales" Y en su encíclica Ecclesia de Eucaristía dice: "Es significativo que el evangelio de Juan, allí donde los Sinópticos narran la institución de la Eucaristía, propone, ilustrando así su sentido profundo, el relato del "lavatorio de los pies", en el cual Jesús se hace Maestro de comunión y de servicio. El Apóstol Pablo, por su parte, califica como "indigno" de una comunidad cristiana que se participe en la Cena del Señor, si se hace en un contexto de división e indiferencia hacia los pobres. Anunciar la muerte del Señor "hasta que venga" comporta para los que participan en la Eucaristía el compromiso de transformar su vida, para que toda ella llegue a ser, en cierto modo, "eucarística". En efecto, la Eucaristía es siempre una flor abierta no sólo al amor de Dios que viene a nosotros, sino también al amor de los hermanos, a quienes el Señor nos encamina. Bernardo de Hoyos lo entendió así ya desde pequeño.
Haciendo sus Ejercicios espirituales a primeros de septiembre de 1728, poco antes de partir para Medina del Campo a estudiar filosofía, le concedió el Señor sentir en ellos tanta dulzura al recibir la comunión que no puede menos de escribir: "este es el tiempo más feliz que tienen los mortales". Y estando ya en Medina del Campo y pensando en la dicha que para él suponía poder recibir al mismo Cristo, siente cómo su ángel de guarda le dice: "Si te pudiera tener envidia, Bernardo, te la tuviera: porque yo no recibo la sagrada Eucaristía"
Una de las pruebas interiores más dolorosas que tuvo que afrontar Bernardo al poco de comenzar sus estudios en Medina estuvo relacionada con la Eucaristía y, en concreto, con la comunión. Permitió el Señor que fuera tentado con mil sugestiones diabólicas, que le hacían oir en su interior frases como éstas: También Judas comulgó y está condenado con nosotros, y le traían a la memoria incluso textos de la Escritura, como aquel de San Pablo: "el que come y bebe indignamente el cuerpo y la sangre de Cristo, se traga su propia condenación". Y le venían pensamientos tan horribles como que arrojase la sagrada forma de la boca y la pisotease y escupiese; se le ocurrían las más terribles blasfemias contra Dios, la Virgen y los Santos... Hablando de estos momentos escribiría más tarde Bernardo: "Lo que padecí aquí, más es para concebirse que para decirse: pues como el demonio me persuadía esto, y por otra parte sentía yo, en la parte superior, una fuerza interior que, aunque invisiblemente, con gran impulso me animaba a comulgar, era angustiosísima la resolución: mas, al fin, me resolví a comulgar, y comulgué." Y concluye así: ¡Oh mérito de la obediencia, que entre los dos extremos, de caer en el infierno o de obedecer, vencía éste".
Pasada la prueba, que purificó su espíritu, le premió el Señor con grandes consolaciones que le hicieron vivir el tiempo pascual de 1729 con una inmensa alegría. El Señor sabe premiar a lo Dios. Una vez más se cumplía aquello de que "para quienes aman a Dios, todo se les convierte en bien".
Conociendo al Padre Hoyos....
De Villagarcía a Medina del Campo: Bernardo terminó sus dos años de noviciado el 12 de julio de 1728. Este fue uno de los días más felices de su vida, cuando pudo consagrarse por entero a Dios con los santos votos. Lo más probable es que en ese día le acompañarían su madre Francisca y su hermana María Teresa, de nueve años de edad; con ellas pudo venir el abuelo Don Francisco y tal vez el tío Tomás, hermano de su padre y que estimaba mucho a Bernardo, además de ser tutor del mismo por el fallecimiento del padre de Bernardo, que se fue al cielo de una manera repentina el 23 de abril de 1725. Torrelobatón está cerca de Villagarcía y aunque los medios de comunicación eran entonces escasos y no muy cómodos, el amor que sentían por Bernardo era grande y no sabía de incomodidades. Por todo ello podemos pensar que Bernardo estuvo acompañado de su familia en un día tan alegre para él. Un halo de tristeza nublaría un poco aquella reunión familiar al recordar con nostalgia la ausencia del padre. Pero el antiguo notario de Torrelobatón sonreiría desde el cielo viendo lo que Dios proyectaba para su hijo: nada más y nada menos que ser el primer Apóstol del Corazón de Jesús en nuestra patria.
Hechos los votos, continuó dos meses más en la Casa de Villagarcía con sus compañeros, disfrutando del descanso vacacional y esperando con ilusión a emprender los estudios de filosofía no ya en un pueblo, sino en una villa importante como era Medina del Campo. Sabemos por el Diario del P. Hoyos que aquellos dos meses fueron para él un tiempo de grandes consolaciones espirituales, que él iba anotando casi día por día. Extractamos algunos párrafos de su itinerario interior en estos dos meses (julio-septiembre de 1728).
El 12 de julio de 1728, día de sus votos, escribe así Bernardo: "Al empezar a leer la fórmula de los votos, ví en la sagrada forma al mismo Jesucristo que me oía, como juez en su trono, muy afable. Quedé al principio como fuera de mí al ver tan gran Majestad, mas no fue tanto que se conociese en lo exterior". Al acabar de leer la fórmula, cuando se acercaba a recibir al Señor, vió cómo entraba en su pecho bajo las especies sacramentales y oyó que le decía: "Desde hoy me uno más estrechamente contigo por el amor que te tengo".
¿Qué sucedía en el corazón de Bernardo, en aquel muchacho de diecisiete años, cuando recibía al Señor? Algo podemos barruntar por lo que escribe en su Diario íntimo: "...son tales las finezas de amor que este amorosísimo Señor hace a las almas, que no son creíbles sino al que por experiencia las conociese. Es un destello de la gloria, es una cosa divina; es una celestial locura; es un santo desatino; es una cosa sobre (por encima de) las que puede penetrar el que no las ha experimentado; en fin, es estar el alma gozando..., recreándose en los brazos de su amado como uno que, abochornado del gran calor, se echa a la sombra de un árbol; es un deshacerse suavemente, un derretirse, abrasarse y consumirse, sin acabar, en llamas de amor". Quien haya leído las obras de Santa Teresa reconocerá en este lenguaje el mismo de la Santa, cuando explica las grandezas que el Señor hacía en su interior.
El 15 de agosto, fiesta de la Asunción de la Virgen al cielo, tuvo Bernardo una visión en que pudo admirar la gloria de María en el cielo. Aquello que anhelaba y pedía San Estanislao de Kostka ciento cincuenta años antes en Roma: morir ese día para contemplar la gloria de la Virgen en el cielo, fue el contenido de la visión de Bernardo durante la santa Misa. Expresa en su Diario lo que oyó del Señor: "Lo que hoy has gozado, es algo de lo que hubo en el cielo cuando entró en él mi Madre. Tenla por tuya: todo lo que me pidieres por su medio, no dudes que lo alcanzarás, si es gloria mía".
El día de San Bernardo (20 de agosto), estando para comulgar, le pasó lo que poco después escribiría en su Diario: "Vi a su Majestad muy claramente y reparé que estaba toda la capilla del Noviciado llena de ángeles en gran número, que adoraban al Señor de ángeles y hombres. Quedé como espantado de tanta gloria; y, cuanto más me iba acercando al Sacerdote, al tiempo de comulgar, crecía más el temor reverente que en mi alma había". Aquel día fue tan excesiva la consolación que sentía que no podía por menos de prorrumpir interiormente en estas exclamaciones: "¡Oh divino dueño, que me abraso en vivas llamas de amor! ¡Consúmeme con tu amor! ¡Oh si me concedieras morir de esta enfermedad! En verdad que esta mañana eran tantas, Señor, vuestras suavidades y delicias, que si Vos no lo impidierais, no dejara de apartarse el alma del cuerpo. Señor, detened tantas suavidades, porque me haréis decir locuras de amor".
En el trasfondo de este hermoso párrafo intuimos el "que muero porque no muero" de Santa Teresa, o el "basta, Señor, basta" de San Francisco Javier cuando, ante los consuelos de Dios, le gritaba desde la choza de paja en que hacía su oración.
Con estas líneas hemos penetrado un poco en el corazón de Bernardo, recién hechos sus votos, y preparándose ya para su vida de estudiante jesuita, que se desarrollará en Medina del Campo primero y en Valladolid después. Dejemos, pues, a Bernardo que vaya a su aposento a preparar el sencillo equipaje, una simple mochila con algunas ropas, y descanse bien esa noche, pues al amanecer del día siguiente ha de emprender con algunos compañeros el camino hacia la villa de Medina. ¡Buenas noches, Bernardo, y que duermas bien! Mañana te espera un largo camino que andar.
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Si quereis saber más del Padre Bernardo de Hoyos, en el enlace http://www.bernardo-francisco-de-hoyos.info/ lo encontrareis.

Sobre el acto en el enlace http://www.padrehoyos.org/.