Villagarcía alberga una colegiata del siglo XVI, donde estudió el padre Hoyos
Las 'estampitas' que Miguel Manjón, 74 años, reparte entre los visitantes de la Casa de ejercicios espirituales de la Compañía de Jesús en Villagarcía de Campos muestra el rostro de la Virgen María con un gesto de sosiego y paz. ¿Por qué María? «Es un secreto», dice con un hilo de voz casi im perceptible. Miguel camina de un lado para otro entre los jardines de esta residencia. Empuja la silla de Dominico, 85 años, y jesuita, como él. Los dos llegaron a esta Casa para retirarse, para disfrutar de la tranquilidad que brinda la Tierra de Campos. «Hemos rezado el Rosario, las flores a María, hemos merendado y ahora un paseo», dicen.
Como ellos, otro medio centenar de jesuitas disfrutan aquí de un edificio que custodia la llave de la historia de Villagarcía: la colegiata del siglo XVI que construyó doña Magdalena de Ulloa y Don Luis de Quijada, responsables a su vez de la tutela de Juan de Austria. Es aquí donde alrededor de 2.000 religiosos y familias disfrutan al año de un retiro espiritual que les transporta al lugar donde estudió Bernardo de Hoyos, beatificado el pasado año. «Este sábado (por hoy) vienen 50 matrimonios con sus hijos a pasar el fin de semana», explica Miguel Ángel Hernández, responsable de la Casa de Ejercicios, quien da fe de que la beatificación del Padre Hoyos atrajo en aquel momento (hace justo un año) a un nutrido grupo de turistas. Otros, en cambio, llegan atraídos por los más de 100.000 volúmenes de los siglos XVI, XVII y XVIII, alguno incunable, que se pueden hallar en la biblioteca de este retiro de la Compañía de Jesús.
Ruinas del castillo
La historia de Villagarcía está directamente relacionada con su colegiata, pero también con un sinfín de edificios que perpetúan la huella de la grandeza que adquirió el pueblo que desde los Torozos da la bienvenida a la Tierra de Campos. Casas señoriales con una vetusta piedra ornamentadas con escudos arropan el casco urbano, prologado por las ruinas del castillo de Doña Magdalena de Ulloa, nueva prueba de las dimensiones de una localidad que ahora no alcanza los 400 habitantes. «Los pueblos se acaban», espeta al respecto Victoriano Sánchez, 75 años, mientras degusta un café en el bar de Tino, frente al castillo. «No hay unión, antes había más cariño, ahora para un café que nos tomamos reñimos en el bar, hay envidias y de todo», reflexiona a punto de ver por la televisión la corrida de toros de San Isidro. «No me pierdo ni una», puntualiza. ¿Aquí hubo toros? «En el 56 vinieron los Vela, de Villalpando, a torear unas vacas, pero nada, ahora encierros y eso».
Junto al establecimiento de Tino se encuentra el otro punto de encuentro de Villagarcía. Unos niños, los mismos que contribuyen a mantener la escuela abierta, juegan en los columpios mientras sus madres disfrutan del parque. Después, los viernes, cambiarán de zona para acudir al otro bar, al de Jesús. Aquí departen a media tarde César, Manuel y Pablo, teniente de alcalde, alguacial y presidente de la Cámara Agraria, respectivamente. «¿Villagarcía? Pues qué se puede decir, que es un pueblo agrícola y ganadero», resume Pablo. «Bueno -añade César- tenemos el castillo, la colegiata, las ruinas, la historia de Jeromín, sí que hay cosas, sí».
Unos 34 agricultores y ganaderos (nueve ganaderías de ovino y vacuno) protagonizan la actividad laboral de Villagarcía. Secano y regadío se dan la mano. Después, la residencia de los jesuitas se encarga de erradicar el posible desempleo que pudiera surgir en la localidad. Unas 15 familias dependen de la actividad de esta compañía, a las que se suman otras cinco de distintos municipios del entorno. «Apenas tenemos paro», puntualiza el alcalde, José Antonio Urueña.
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